viernes, 19 de septiembre de 2014

Diario de un sovietófilo (Capitulo III)

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Atravesando un Telón de Acero inexistente

El verano de 2002 comenzó mejor que nunca. Hacía ocho años que tenía un trabajo fijo, vivía en un pueblo encantador y tenía un buen sueldo. Mi vida social era boyante y viajaba mucho, sobretodo pateando rutas senderistas dentro y fuera del país. Aunque yo entonces aún no lo sabía, una mujer y uno de esos viajes me llevarían a reencontrarme con el mundo soviético, diez años después de que todo aquel recuerdo hubiese quedado reprimido en algún rincón de mi memoria.

En el mes de marzo de ese año comencé a salir con una compañera del trabajo. Aunque este tipo de relaciones son un error de manual, no supe ver en ese momento que su apariencia afable e inteligente escondía muchos fantasmas infantiles. Y como suele ocurrir en estos casos, tampoco hice caso de mi voz interior. Así que iniciamos una relación apasionada y ambigua. Ella era la típica lolita treintañera, una seductora patológica con alma de Mantis religiosa. En primavera hicimos un viaje mochilero por los Picos de Europa. Fue entonces cuando nuestros egos se enzarzaron en una destructiva y pueril competición psicológica que duró casi dos años. Con el fin de marcar mi territorio, ese verano decidí coger mi coche y cumplir uno de mis sueños de juventud: recorrer Europa en solitario. Conduje desde Barcelona hasta Ginebra de una tirada. Luego fui a la región de Trentino –donde practiqué ciclismo en los Dolomitas junto a un amigo italiano– y después a Innsbruck, Salzburgo y Viena. Fue una experiencia maravillosa. En cada parada la llamaba por teléfono, no tanto deseando hablar con ella sino para demostrarle quien llevaba las riendas en todo este asunto. Visto en perspectiva, todo aquello fue una gran estupidez.

Sin embargo, esa energía competitiva me empellía a llegar más lejos, a mejorar mi propia marca como viajero. Subí en mountain bike hasta una estación de esquí de Innsbruck, visité el campo de concentración de Mauthausen y recorrí buena parte de Viena en una bicicleta de paseo. Todo ello sin calendarios ni reservas. Sólo yo, mi coche y la carretera. Gracias a la guía Trotamundos que llevaba conmigo descubrí la existencia de un monumento dedicado a la Segunda Guerra Mundial instalado en la Schwarzenbergplatz de la capital austríaca. Aquello fue una señal. No el monumento en sí sino el hecho de que me equivocase leyendo la guía. Yo interpreté que aquella estatua representaba a un “soldado desconocido” cualquiera. La fotografié y seguí con mi excursión urbana. A mí lo que me interesaba de Austria en aquel momento eran Mozart, Freud y la película “El tercer hombre”, de Carol Reed. No supe ver que ese 9 de julio de 2002 me encontraba por primera vez frente a un auténtico monumento soviético, el dedicado al Ejército Rojo, liberador de Viena en 1945. No me daría cuenta del error hasta cuatro años más tarde, cuando volví a Austria, esta vez acompañado.

Sin mapas ni guías, decidí rematar mi aventura yendo a Budapest. Aquello significaba perderme en los confines del continente. El conserje del hostal donde me hospedaba en Viena me lo desaconsejó. Él era de allí y me dijo que había mafias que robaban, entre otras cosas, vehículos con matrícula extranjera. La perspectiva de quedarme sin coche en el Este de Europa no me detuvo. El día 11 llegué a Budapest, a apenas dos horas de distancia desde Viena. Alquilé un apartamento al organismo oficial encargado del turismo en Hungría y me pasé dos días recorriendo la ciudad. Creo recordar que intenté imaginarme todo aquello en los años de gobierno socialista, pero no encontré ni un solo símbolo que demostrase que aquel lugar había pertenecido a la órbita del Pacto de Varsovia. Tampoco me decepcionó demasiado no hallar rastros de esa época. Por Budapest simplemente deambulé, me perdí. Me dejé llevar por aquello que resultaba más llamativo. Las grandes avenidas, las ribas del Danubio, la ciudad de Buda. Lo único realmente simbólico era la aduana, ya que antaño había sido la puerta de entrada y salida del Telón de Acero. Cruzarla sí resulto excitante. El día 13 comencé mi viaje de vuelta a través de Graz, el Lago Constanza, Zúrich, Ginebra, Barcelona y Valencia, donde vivía la mujer que me tenía psicológicamente secuestrado. Por suerte, mi relación con ella aún duraría un año y medio más. Por suerte para mi sovietofilia, quiero decir, no tanto para mi salud mental. Lo mejor de esta aventura aún estaba por llegar.

Mayakovski

 Memorial Soviético en la Schwarzenbergplatz de Viena. La fotografía es del 9 de julio de 2002



Fotografías realizadas en el verano de 2006, cuando el autor del blog descubrió la verdadera naturaleza del monumento. Hay una descripción extraordinaria de la liberación de Austria en http://comisariadoparaladefensa.blogspot.com.es/2011/01/viena-sovieticos-en-el-corazon-de.html 


 En la primera imagen aparece el exterior del apartamento de Budapest, en la Dohany Utac, 39 - piso 3º, número 4. La segunda imagen es de la "puerta del Telón de Acero", fotografiada desde el lado austríaco. Las fotos, de la colección personal del autor del blog, son del 11 y el 13 de julio de 2002, respectivamente

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