viernes, 26 de septiembre de 2014

Exposición "El mito del querido líder" ("Миф о любимом вожде"), en el Museo Estatal de Historia de Moscú. Hasta el 13 de enero de 2015


Página web del Museo Estatal de Historia con la publicidad sobre esta exposición

Desde el 26 de marzo de 2014 hasta el 13 de enero de 2015 se celebra en el Museo Estatal de Historia de Moscú la exposición "El mito del querido líder". La página web del museo explica lo siguiente: 

La primera demostración a gran escala de la colección del antiguo 'Museo Central V.I. Lenin' estuvo dedicada a los líderes del estado soviético, Vladímir Ilich Lenin y Iósif Vissariónovich Stalin.

En enero de 2014 se celebró el 90º aniversario del fallecimiento de Lenin. La muerte del fundador del Estado soviético se convirtió en una excusa para crear un museo dedicado a su figura, que en 1925 comenzó como una exposición en una de las salas del Museo de la Revolución. Transcurridos diez años, se acordó abrir cerca de la Plaza Roja el 'Museo Central V.I. Lenin'. Durante más de medio siglo el museo expresó el compromiso revolucionario de Lenin y Stalin, líderes históricos que personificaban la política del Partido Comunista en el poder. Este hecho determinó su destino final en la Rusia postsoviética, ya que fue clausurado en noviembre de 1993.

Existen más de cien mil objetos simbólicos, repartidos en diferentes museos, que atestiguan la construcción del culto político a Lenin y Stalin como método de transformación de las figuras históricas reales en caracteres del sistema socialista. Las más de mil piezas recolectadas para esta exposición dan una idea sobre cómo crear y mantener el mito político del "querido líder".

La exposición consta de las siguientes secciones:

1) Vida y actividad de V.I. Lenin en Rusia y la URSS.


2) Pinturas, carteles, esculturas, noticiarios, fotografías, artículos personales, apuntes originales de Lenin y primeras edición de sus obras.


3) Dirigentes de la Internacional Comunista.
 

Ver el tráiler

En la exposición se puede contemplar el lienzo monumental "Inauguración del II Congreso de la Internacional Comunista", obra de Isaak Brodsky, que representa a más de trescientos líderes rusos y extranjeros del movimiento comunista internacional reunidos en Rusia para discutir los planes de la revolución mundial. Su exhibición estuvo prohibida durante 62 años.



Lenin y Stalin. Evolución de la imagen del líder

La colección de carteles permite hacerse una idea sobre cómo se creó el mito y su posterior desvanecimiento. La figura de Stalin se convirtió en un elemento visual alrededor del cual giraban todas las demás personas y eventos. Se pueden ver algunas pertenencias de los líderes soviéticos, como por ejemplo las gorras de Lenin y las pipas de Stalin.

Los objetos perdidos del museo

En julio de 1953 el Comité Central del PCUS aprobó una resolución para convertir la dacha de Stalin en un museo dedicado a su memoria, siguiendo el modelo del 'Museo V.I. Lenin' en la localidad de Gorki. Tras el informe presentado por N.S. Kruschev en el XX Congreso del Partido, la exposición fue desmantelada y todas sus pertenencias y regalos fueron ocultadas al pueblo durante décadas, almacenándolas en depósitos especiales.

Retratos "exóticos"

La exposición permite contemplar innumerables retratos de Lenin elaborados por artesanos de 83 países diferentes a partir de materiales de desecho: plumas, granos, pedazos de tela, hojas de tabaco, trozos de piedra, piezas de radios... También varias clases de bordados y retratos de Lenin pintados en cintas.

"La gran pérdida"

Así mismo el visitante se encontrará con las máscaras mortuorias de Lenin y Stalin, banderolas conmemorativas, coronas fúnebres, modelos de madera y una imitación del sarcófago de N.V. Tomsk que hay en el Mausoleo de Lenin.

Monumento al Gran Líder

Hay también una gran colección de diferentes bocetos de esculturas de Lenin y Stalin, así como tarjetas postales de monumentos que no se conservan en la actualidad. También se exhibe una colección de regalos pertenecientes a ambos.

Ver los vídeos:


La exposición ha despertado mucha expectación en la capital rusa. En primer lugar, porque ofrece la posibilidad de contemplar piezas que han permanecido ocultas durante más de veinte años y que pertenecen a una era social y política anterior a la actual. También porque trata las figuras de Lenin y Stalin como mitos construidos a partir de la propaganda soviética, sin entrar en juicios de valor sobre sus respectivos papeles en la Revolución de Octubre y en el liderazgo de la Unión Soviética. Esta exposición está permitiendo que las nuevas generaciones se acerquen sin complejos a una parte esencial de la historia rusa que hasta ahora había resultado un tanto incómoda de mostrar, sobre todo por la proximidad en el tiempo de la traumática transición de la sociedad soviética a la postsovietica. Pero sobre todo, "El mito del querido líder" está haciendo que los rusos más veteranos se enfrenten con su propio pasado de una forma nostálgica e ideológicamente aséptica, sin valorar desde una perspectiva "historicista" la forma en que asimilaron individualmente todo ese imaginario colectivo. Para muchos, la visita a esta muestra es un acto casi terapéutico, de reconciliación con el envoltorio ideológico de sus años de juventud y, en algunos casos, de madurez.

En una de las páginas web que contienen fotografías tomadas en la exposición, su autor realiza una serie de comentarios que ponen de manifiesto los interrogantes que la mayoría de rusos aún se plantea cuando se enfrentan con este pasado inmediato que ha sido silenciosamente reprimido en la memoria de muchos de ellos. Por un lado, el autor comenta que el uso de la palabra "mito" parecía hacer referencia en un primer momento a toda una época que él recuerda como "muy real". Sin embargo, tras la visita a la exposición, la filosofía que ha percibido en todo el montaje le ha sacado de su error: el mito consiste en la construcción simbólica de sus "queridos líderes", no en la existencia misma del país que vio nacer, crecer y morir a toda una generación. A continuación el autor se pregunta: "¿Se vivía mejor antes?". La conclusión es que no se puede contestar a esta pregunta: "La época soviética era diferente". Y la reflexión final es lapidaria: "Hoy en día tenemos más libertad y hay oportunidades que antes no teníamos, pero las que teníamos antes eran gratis. Ahora hay cosas que sencillamente no podemos tener".

A aquellos afortunados que puedan asistir a esta magnífica exposición (hasta el 13 de enero de 2015) les esperan joyas como las que vienen a continuación:




El abrigo que llevaba Lenin el día en que fue objeto de un atentado terrorista en 1918. Las marcas muestran los orificios de bala, una de las cuales aparece en la tercera imagen
(Fuente: cortesía de Vladiboctok del foro casarusia)

Colección de pipas de Stalin

La mítica mesa de trabajo de Lenin, la que tenía en su despacho del Palacio del Senado del Kremlin

El moderno sarcófago de Lenin, obra de N.V. Tomsk

La vajilla que utilizaba Stalin

"Inauguración del II Congreso de la Internacional Comunista", obra de Isaak I. Brodsky (1884-1939). El espacio representado es el salón de actos del Palacio Táuride, en el Petrogrado de 1920. Hay aproximadamente 225 figuras humanas pintadas en el lienzo. El problema es que este cuadro muestra a algunos personajes ejecutados posteriormente durante las purgas estalinistas de los años treinta (como es el caso de Bujarin). Por eso permaneció oculto hasta 1989. Frente al cuadro se ha colocado una pantalla táctil que permite a los visitantes de la exposición localizar a cada personaje relevante

Diferentes uniformes de I.V. Stalin

  Algunas piezas de ropa que V.I. Lenin llevó durante el período pre-revolucionario. Su estilo burgués (con ese insólito bombín) ha servido para que algunos revisionistas hayan especulado sobre la identidad social del líder soviético. Sin embargo, nunca nadie ha negado que fue una persona muy pulcra, aunque sencilla y austera


La totalidad de las fotografías se encuentra en las siguientes páginas web, complementadas con interesantes comentarios de sus autores:

 Fotografías realizadas desde el centro de la plaza Roja en 1872 (cuando aún no había sido construido el Museo Estatal de Historia) y en 2005 (con el popular edificio de color rojo)

El edificio del Museo Estatal de Historia data de finales del siglo XIX y fue diseñado, según los cánones del estilo neo-ruso, por el arquitecto Vladímir Ósipovich Sherwood (1832-1897) (su hijo Vladímir Vladímirovich construyó años después el edificio Titov en la plaza Staraya, que se convirtió en la sede del Comité Central del PCUS durante la era soviética). La construcción del museo comenzó en 1875 y no finalizó hasta 1881. Se edificó en el mismo lugar donde Pedro el Grande había mandado construir la Tienda Principal de Medicina, de estilo barroco moscovita (ver foto superior). En ese edificio tenían también su sede la Universidad Estatal de Moscú (creada por Mijaíl Lomonósov en 1755) y algunas exposiciones de antigüedades.



Imágenes de la entrada lateral del museo (junto a la Puerta Voskresenski Iverski) y del espectacular edificio de estilo neo-ruso visto desde la plaza Manezhnaya (detrás se ve la plaza Roja). Frente al museo está la estatua ecuestre del Mariscal G. Zhukov. A la izquierda del Museo Estatal de Historia se encuentra el edificio del antiguo 'Museo Central V.I. Lenin', hoy 'Museo de la Guerra Patria de 1812'. La colección del museo dedicado al líder soviético ha vuelto casi al mismo lugar de donde salió en 1993
 (Fuentes: http://es.wikipedia.org/wiki/Museo_Estatal_de_Historia_(Moscú), http://ar4es.info/, www.panoramio.com/ y http://www.iori.ru/)


En contraste con las estrellas rojas que aún se conservan en lo alto de las torres del Kremlin, en las atalayas del edificio del Museo Estatal de Historia hay instaladas actualmente unas águilas bicéfalas zaristas que son una imitación de las que fueron eliminadas de ese lugar durante la década de los años treinta. Desde aquel instante hasta el final de la URSS no hubo ni estrellas ni águilas sobre el museo (las nuevas águilas fueron colocadas en los años noventa). La primera fotografía fue realizada desde la plaza Roja aproximadamente entre 1900 y 1902. La segunda es de 1935, durante un desfile conmemorativo
(Fuente: https://pastvu.com)

viernes, 19 de septiembre de 2014

Diario de un sovietófilo (Capitulo III)

Ir a la entrada anterior sobre 'Diario de un sovietófilo' 

Atravesando un Telón de Acero inexistente

El verano de 2002 comenzó mejor que nunca. Hacía ocho años que tenía un trabajo fijo, vivía en un pueblo encantador y tenía un buen sueldo. Mi vida social era boyante y viajaba mucho, sobretodo pateando rutas senderistas dentro y fuera del país. Aunque yo entonces aún no lo sabía, una mujer y uno de esos viajes me llevarían a reencontrarme con el mundo soviético, diez años después de que todo aquel recuerdo hubiese quedado reprimido en algún rincón de mi memoria.

En el mes de marzo de ese año comencé a salir con una compañera del trabajo. Aunque este tipo de relaciones son un error de manual, no supe ver en ese momento que su apariencia afable e inteligente escondía muchos fantasmas infantiles. Y como suele ocurrir en estos casos, tampoco hice caso de mi voz interior. Así que iniciamos una relación apasionada y ambigua. Ella era la típica lolita treintañera, una seductora patológica con alma de Mantis religiosa. En primavera hicimos un viaje mochilero por los Picos de Europa. Fue entonces cuando nuestros egos se enzarzaron en una destructiva y pueril competición psicológica que duró casi dos años. Con el fin de marcar mi territorio, ese verano decidí coger mi coche y cumplir uno de mis sueños de juventud: recorrer Europa en solitario. Conduje desde Barcelona hasta Ginebra de una tirada. Luego fui a la región de Trentino –donde practiqué ciclismo en los Dolomitas junto a un amigo italiano– y después a Innsbruck, Salzburgo y Viena. Fue una experiencia maravillosa. En cada parada la llamaba por teléfono, no tanto deseando hablar con ella sino para demostrarle quien llevaba las riendas en todo este asunto. Visto en perspectiva, todo aquello fue una gran estupidez.

Sin embargo, esa energía competitiva me empellía a llegar más lejos, a mejorar mi propia marca como viajero. Subí en mountain bike hasta una estación de esquí de Innsbruck, visité el campo de concentración de Mauthausen y recorrí buena parte de Viena en una bicicleta de paseo. Todo ello sin calendarios ni reservas. Sólo yo, mi coche y la carretera. Gracias a la guía Trotamundos que llevaba conmigo descubrí la existencia de un monumento dedicado a la Segunda Guerra Mundial instalado en la Schwarzenbergplatz de la capital austríaca. Aquello fue una señal. No el monumento en sí sino el hecho de que me equivocase leyendo la guía. Yo interpreté que aquella estatua representaba a un “soldado desconocido” cualquiera. La fotografié y seguí con mi excursión urbana. A mí lo que me interesaba de Austria en aquel momento eran Mozart, Freud y la película “El tercer hombre”, de Carol Reed. No supe ver que ese 9 de julio de 2002 me encontraba por primera vez frente a un auténtico monumento soviético, el dedicado al Ejército Rojo, liberador de Viena en 1945. No me daría cuenta del error hasta cuatro años más tarde, cuando volví a Austria, esta vez acompañado.

Sin mapas ni guías, decidí rematar mi aventura yendo a Budapest. Aquello significaba perderme en los confines del continente. El conserje del hostal donde me hospedaba en Viena me lo desaconsejó. Él era de allí y me dijo que había mafias que robaban, entre otras cosas, vehículos con matrícula extranjera. La perspectiva de quedarme sin coche en el Este de Europa no me detuvo. El día 11 llegué a Budapest, a apenas dos horas de distancia desde Viena. Alquilé un apartamento al organismo oficial encargado del turismo en Hungría y me pasé dos días recorriendo la ciudad. Creo recordar que intenté imaginarme todo aquello en los años de gobierno socialista, pero no encontré ni un solo símbolo que demostrase que aquel lugar había pertenecido a la órbita del Pacto de Varsovia. Tampoco me decepcionó demasiado no hallar rastros de esa época. Por Budapest simplemente deambulé, me perdí. Me dejé llevar por aquello que resultaba más llamativo. Las grandes avenidas, las ribas del Danubio, la ciudad de Buda. Lo único realmente simbólico era la aduana, ya que antaño había sido la puerta de entrada y salida del Telón de Acero. Cruzarla sí resulto excitante. El día 13 comencé mi viaje de vuelta a través de Graz, el Lago Constanza, Zúrich, Ginebra, Barcelona y Valencia, donde vivía la mujer que me tenía psicológicamente secuestrado. Por suerte, mi relación con ella aún duraría un año y medio más. Por suerte para mi sovietofilia, quiero decir, no tanto para mi salud mental. Lo mejor de esta aventura aún estaba por llegar.

Mayakovski

 Memorial Soviético en la Schwarzenbergplatz de Viena. La fotografía es del 9 de julio de 2002



Fotografías realizadas en el verano de 2006, cuando el autor del blog descubrió la verdadera naturaleza del monumento. Hay una descripción extraordinaria de la liberación de Austria en http://comisariadoparaladefensa.blogspot.com.es/2011/01/viena-sovieticos-en-el-corazon-de.html 


 En la primera imagen aparece el exterior del apartamento de Budapest, en la Dohany Utac, 39 - piso 3º, número 4. La segunda imagen es de la "puerta del Telón de Acero", fotografiada desde el lado austríaco. Las fotos, de la colección personal del autor del blog, son del 11 y el 13 de julio de 2002, respectivamente

viernes, 12 de septiembre de 2014

Stalin, Hitler y Francisco José de Habsburgo en el Palacio de Schönbrunn

"Poco después, Stalin llegó al piso de los Troyanovski en una Viena helada, cubierta de nieve. Lenin decía de ellos que eran «buena gente... ¡Tienen dinero!» Alexander Troyanovski era un aristócrata joven y apuesto, además de oficial del ejército: su participación en la guerra ruso-japonesa lo había convertido al marxismo y por aquel entonces era el editor y socio capitalista de la revista Proveshchenie («Ilustración»), que publicaría un ensayo de Soso [Stalin]. Hablaba alemán e inglés con fluidez, y vivía con su bella esposa Elena Rozmirovich, también de noble cuna, en un piso grande y confortable situado en la Schönbrunnerschloss Strasse, 30 (*), el bulevar por el cual el emperador Francisco José pasaba cada día en coche para trasladarse desde su residencia en el palacio de Schönbrunn a su despacho en el Hofburg y viceversa.

El titular de la dinastía Habsburgo, con sus anticuadas patillas, cuyo reinado había comenzado en 1848, se desplazaba en una carroza dorada tirada por ocho caballos blancos, equipada de lacayos ataviados con uniformes ribeteados de blanco y negro y peluca blanca, y escoltada por soldados de caballería húngaros con pieles de pantera amarillas y negras sobe los hombros. Stalin no pudo dejar de contemplar aquella visión de magnificencia obsoleta, y no sería el único futuro dictador que la contemplara: la lista de los titanes del siglo XX concentrados en Viena aquel mes de enero de 1913 es digna de una obra de Tom Stoppard (**). En un albergue para hombre sito en Meldemannstrasse, en Brigettenau, en un ambiente muy distinto de aquel, mucho más aristocrático, en el que se movía Stalin por entonces, vivía un joven austríaco, pintor frustrado, llamado Adolf Hitler, de sólo veintitrés años.

Soso y Adolf presenciaron uno de los típicos espectáculos de Viena. Kubizek, el mejor amigo de Hitler, recuerda: «A menudo veíamos al viejo emperador cuando se dirigía en su carroza desde Schönbrunn al Hofburg». Pero los dos futuros dictadores no sintieron la menor emoción ante semejante espectáculo, antes bien se mostraron bastante desdeñosos: Stalin nunca lo menciona y «Adolf no prestaba demasiada atención, pues no le interesaba el emperador, sino sólo el estado que representaba».

En Viena, tanto Hitler como Stalin estaban obsesionados, aunque de manera bien distinta, por la raza. En aquella ciudad de cortesanos anticuados, intelectuales judíos y agitadores del populacho racistas, de hermosos cafés, cervecerías y palacios, sólo el 8,6 por ciento de la población eran judíos, pero su influencia cultural, personificada en Freud, Wittgenstein, Buber y Schnitzler, era mucho mayor. Hitler estaba formulando sus teorías völkische antisemitas de la supremacía racial que, luego, como Führer, impondría en su imperio europeo; mientras que Stalin, al tiempo que investigaba para escribir su artículo sobre las nacionalidades, daba forma a una nueva idea de imperio internacionalista con una autoridad central escondida detrás de una fachada autónoma, el prototipo de la Unión Soviética. Casi treinta años después, las estructuras ideológicas y estatales de ambos chocarían en el conflicto más salvaje de la historia de la humanidad.

Los judíos no tenían cabida en ninguna de esas dos visiones. A Hitler le repelían y le sacaban de sus casillas, pero provocaban irritación y confusión en Stalin, que arremetía contra su naturaleza «mística». Si para Hitler eran una raza que estaba de más, para Stalin no tenían lo suficiente para constituir una nación.

Los dos dictadores en ciernes compartieron un mismo pasatiempo vienés: a los dos les gustaba pasear por el parque que rodeaba la residencia de Francisco José, el palacio de Schönbrunn, situado cerca del domicilio de Stalin. Ni siquiera cuando se hicieron aliados en virtud del Pacto Molotov-Ribbentrop de 1939, llegaron a conocerse personalmente. Es muy probable que aquellos paseos sean las ocasiones en que llegaron a estar más cerca uno de otro.

«Las pocas semanas que el camarada Stalin pasó con nosotros las dedicó por completo a la cuestión nacional», dice la niñera de los Troyanovski, Olga Veiland. «Implicaba en su labor a todos los que tenía a su alrededor. Unos analizaban para él a Otto Bauer, otros a Karl Kautski». A pesar de haberlo estudiado intermitentemente, Stalin no sabía leer en alemán, de modo que la niñera lo ayudaba, como haría otro joven bolchevique al que conoció entonces: Nikolai Bujarin, un intelectual vivaracho, de chispeantes ojos y perilla. «Bujarin venía a nuestra casa cada día», dice Olga Veiland, «cuando Stalin estuvo viviendo allí». Mientras que Stalin, lleno de deseo, intentaba flirtear con la niñera, ésta prefería al ingenioso y vivaracho Bujarin. Además, la joven tenía que lavar las camisas y los calzoncillos de Stalin, labor que, diría en tono quejumbroso tras la muerte del dictador, resultaba un verdadero desafío.

(...) La permanencia de Stalin en casa de los Troyanovski supuso toda una revelación: fue su primera y última experiencia de la vida civilizada de Europa, según el mismo reconocería. Vivía en una habitación que daba a la calle y «trabajaba allí días enteros». Al anochecer solía ir a pasear con Troyanovski por los alrededores del parque de Schönbrunn.

(...) La pequeña Galina Troyanovskaya era una niña vivaracha que se llevaba bien con Stalin. «Le encantaba estar en compañía de los adultos», y Soso jugaba con ella, prometiéndole que iba a traerle «montañas de chocolate verde del Caucaso». Soso «solía soltar sonoras risotadas» cuando la pequeña decía que no le creía. Pero a menudo Galina también le tomaba el pelo: «¡Siempre estás hablando de nacionalidades!», protestaba la pequeña. Stalin le compraba golosinas en el parque de Schönbrunn". 

(Sebag Montefiore, S. (2007) Llamadme Stalin. Barcelona: Ed. Crítica, 2010, pp. 338-341)

(*) Actualmente una simple casa de huéspedes, la Pensión Schönbrunn, todavía conserva, cosa por lo demás insólita, la placa azul colocada en 1949 con la siguiente inscripción: «I.V. Stalin residió en esta casa durante el mes de enero de 1913. Aquí escribió su importante obra El marxismo y la cuestión nacional».
(**) Josip Broz, el futuro mariscal Tito, también estaba por entonces en la ciudad trabajando de mecánico.

Esto no es Moscú sino Viena. El cruce de caminos en las vidas de Iósif Stalin y Adolf Hitler invita a hacer este paréntesis histórico. Estamos en enero de 1913, cuatro años y medio antes de la Revolución de Octubre. El edificio donde vivía la familia Troyanovski aparece señalado en el mapa con un punto rojo. Actualmente es la Pensión Schönbrunn, en el número 30 de la Schönbrunner Schloss Strasse, a unos 750 metros al Sureste de la entrada principal del Palacio de Schönbrunn (cuyos jardines y dependencias se ven a la izquierda de la imagen). La flecha indica la trayectoria que seguía la carroza del emperador cuando salía del patio del palacio camino del Hofburg
(Fuente: Google Street View 09/09/2014)


Imágenes de la modesta y confortable Pensión Schönbrunn, situada en la calle que comunica el palacio de los Habsburgo con el centro de Viena. Junto a la puerta se ve con claridad la placa con un bajorrelive del rostro de Stalin. En este edificio, Iósif Vissariónovich trabajó junto a Nikolái Bujarin y escribió "El marxismo y la cuestión nacional", mientras perseguía a la niñera Olga Veiland. La ventana de su habitación era una de las que se ve en la primera fotografía


 Fotografías de la placa dedicada a Stalin, una reliquia extraordinaria sin parangón en todo Moscú. Sebag Montefiore la califica de "insólita". Sin embargo, la presencia aquí de esta lápida tiene "trampa". Justo debajo hay otra mucho más moderna instalada por el Wien Kultur que reza: "Esta placa que conmemora el 70º aniversario de Iósif Stalin (1879-1973) fue inaugurada por el alcalde Theodor Körner en 1949. Recuerda únicamente la estancia de Stalin en Viena pero debe ser vista hoy en día como recuerdo no sólo de los millones de ciudadanos soviéticos que murieron y sufrieron bajo la dictadura de Stalin, sino también de los cientos de austríacos que fueron arrestados y ejecutados por el régimen soviético después de huir de la persecución política en Austria entre 1933 y 1934 y del terror nazi de 1938". Da la sensación de que con estas reflexiones históricas las autoridades austríacas pretendan equiparar los crímenes de Hitler con los de Stalin. Aunque un asesinato es siempre un acto deleznable, no hay que meter en el mismo saco el exterminio sistemático e industrial de la raza judía con las deportaciones y ejecuciones políticas de la Unión Soviética. Cada uno de estos hechos tiene un trasfondo ideológico diferente, en absoluto justificables ni en un caso ni en el otro, pero que no pertenecen al mismo plano moral. Resulta irónico que un país como Austria, que recibió el 'Anschluss' con los brazos abiertos, se atreva ahora a dar lecciones de moralidad a todo el mundo. Sobre todo teniendo en cuenta que al memorial soviético de la Schwarzenbergplatz vienesa lo siguen llamando sarcásticamente "monumento al saqueador desconocido". Y que en la localidad de Mauthausen hoy en día siguen funcionando algunas empresas que hace setenta años utilizaron a los prisioneros del campo de concentración como mano de obra esclava. El restaurante que hay a pocos metros de la entrada de ese siniestro lugar continúa sirviendo cervezas alegremente, igual que lo hacía a los miembros de las SS que vigilaban el campo. En lugar de panfletos antiestalinistas, más valdría recordar que muchos de esos deportados austríacos encontraron refugio en la URSS
(Fuente: http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Vienna_-_Stalin_Memorial_Tablet.JPG y http://susanabeijnsberger.wordpress.com/2013/07/13/wien-junio-2013-wien-enero-1913/)

 Fotografía de Adolf Hitler (1889-1945) cuando se alistó en el ejército alemán en 1914. Éste era más o menos el aspecto que tenía un año antes, mientras vivía en Viena. Por aquel entonces paseaba por el parque de Schönbrunn con pinta desaguisada y lucía un mostacho diferente al que le hará famoso años después. En 1938, ya como Führer, proclamará la anexión de Austria (su país de nacimiento) al Tercer Reich
(Fuente: http://dialoglexikon.de/hitler_1914x_als_gefreiter.htm)

Ficha policial de Stalin de 1913. Esta debió de ser su apariencia física durante el tiempo que pasó en Viena, con 34 años de edad. Tan sólo nueve años más tarde se proclamará Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética. Después de una vida de periplos por Georgia, Rusia, Siberia y Europa, se instalará definitivamente en el Palacio Poteshny del Kremlin y establecerá su despacho en el Palacio del Senado
(Fuente: http://pyhalov.livejournal.com/77132.html?thread=2699084)

Fotografía de Nikolái Bujarin (1888-1938), el joven "intelectual vivaracho, de chispeantes ojos y perilla" que pasó muchos ratos con Stalin en el piso de la Schönbrunner Schloss Strasse de Viena
(Fuente: http://little-histories.org/2014/02/22/от-бухарского-до-бухарина/)


 Fotografías de Francisco José saliendo del Palacio de Schönbrunn en un coche descubierto y del famoso carruaje dorado que utilizaba en invierno (exhibido hoy en día en el Museo del Carruaje de Viena)
(Fuentes: https://www.flickr.com/photos/mrsfujita/5908333680/ y http://www.kaiserliche-wagenburg.at/besuchen/sammlungen/hof-wagenburg/)

Los jardines del Palacio de Schönbrunn son visitados cada día por cientos de turistas y vieneses que disfrutan de este magnífico parque, el más grande de la capital austríaca. Aunque el palacio data del siglo XVI, fue María Teresa de Habsburgo quien mandó reformarlo en el siglo XVIII para convertirlo en su residencia de verano, con el aspecto que tiene hoy en día. Su nombre quiere decir "fuente bonita". Aquí pasó largas temporadas la emperatriz Elisabeth de Baviera, "Sissi", antes de ser asesinada en Ginebra en 1898. Y aquí falleció su marido Francisco José I, en 1916. Por estas avenidas llenas de árboles y flores paseaban con asiduidad Adolf Hitler y Iósif Stalin. Éste incluso compraba golosinas para la pequeña Galina. Nunca sabremos si coincidieron alguna vez en la misma parte del parque o si llegaron a entablar conversación. De ser así, quizás la historia a partir de entonces hubiese sido muy diferente
(Fuente: http://www.panoramio.com/photo/48189605)

Ironías de la vida, el Palacio de Schönbrunn fue testigo, casi medio siglo después, de una conferencia entre Nikita S. Jrushchov, sucesor de Stalin, y John F. Kennedy. El 4 de junio de 1961 los dos mandatarios se reunieron aquí para intentar suavizar las tensas relaciones que había entre las dos superpotencias. No parece que lo consiguieran: un año y medio después estalló la crisis de los misiles en Cuba
(Fuente: https://glorialana.wordpress.com/tag/khrushchev/)


Dejando de lado el caso de Hitler, el destino de cada uno de estos personajes fue muy diferente pese a compartir los mismos ideales. Tras unos años más en el exilio, todos regresaron a Rusia y participaron de una u otra forma en la Revolución de 1917. Stalin y Josip Broz "Tito" llegaron a dirigir sus respectivos países, la URSS y Yugoslavia. Trotski, que también vivió en Viena durante esa época, murió asesinado en 1940 por un agente del NKVD, Ramon Mercader. Nikolái Bujarin fue ejecutado el 15 de marzo de 1938 tras ser juzgado en la Casa de los Fusilamientos de Moscú, durante las grandes purgas estalinistas. Se le acusó de pertenecer a la "oposición de derechas". Elena Rozmirovich y Alexander Troyanovski se divorciaron unos años después de la visita de Stalin. Ella tuvo una aventura con Malinovski y más tarde se casó con el militar y comisario Nikolai Krylenko, que la abandonó en la década de los años veinte. Krylenko tuvo el mismo final que Nikolái Bujarin. Elena, sin embargo, falleció en 1953 de muerte natural. Galina Troyanovskaya se casó con el destacado bolchevique Valerian Kuybishev, que falleció alcoholizado en 1935 aunque siempre se sospechó que su muerte fue provocada. Una céntrica calle de Moscú fue bautizada con su nombre, la ulitsa Kuybisheva. El aristócrata Alexander Troyanovski sobrevivió de milagro a las purgas de Stalin (era menchevique y se opuso a la Revolución de Octubre). Llegó a ser embajador soviético en los Estados Unidos durante los años treinta. Falleció en 1955. La niñera, Olga Veiland, se convirtió en una apparatchik del PCUS y de la Komintern. Se retiró joven y vivió hasta llegar a la vejez.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

El lugar exacto donde está enterrado John Reed en el cementerio del Kremlin



Por primera vez una publicación en internet nos ha permitido conocer el lugar exacto donde se encuentra enterrado John Silas Reed, el periodista y revolucionario norteamericano fallecido en Moscú en 1920. Aunque es de sobras conocido que su cuerpo fue inhumado en el cementerio del Kremlin, hasta ahora no había sido posible encontrar ninguna imagen que señalase la zona concreta en la que reposan sus restos.  

A diferencia del cementerio de Novodévichi (actualmente de libre acceso y con paneles informativos), la entrada en el del Kremlin ha estado siempre restringida por controles de seguridad, incluso tras la desaparición de la URSS. También ha estado rigurosamente prohibido sacar fotos en su interior, así como grabar vídeos, entrar con objetos metálicos y permanecer quieto más que unos pocos segundos (fundamentalmente para hacer fluir las colas de gente que lo visitan a diario). Pese a su nombre no se encuentra situado dentro del recinto del Kremlin sino en el lado occidental de la plaza Roja. La necrópolis se halla dividida en tres zonas: los nichos para cenizas en la muralla, las tumbas individuales tras el Mausoleo de Lenin y las dos tumbas colectivas en cada extremo de su perímetro rectangular. En una de estas tumbas fue enterrado John Reed (los nichos de la muralla aparecieron años después de su muerte). Algunos libros y páginas web han publicado listas con los nombres de los personajes que yacen en este lugar. También fotografías exclusivas de las tumbas más conocidas (como las de Stalin, Brézhnev o Dzerzhinski) y de los nichos que contienen las cenizas de muchos soviéticos ilustres (es el caso de Ustínov, Gagarin o Krúpskaya). Sin embargo, gran parte de las imágenes disponibles en internet han tenido que ser tomadas desde el centro de la plaza Roja con la ayuda de teleobjetivos. El resultado de todo ello es que el conocimiento que se tiene sobre este cementerio es incompleto y, a menudo, ambiguo.

Pero de repente todo esto cambió hace unos meses. Muchas de estas normas acaban de ser canceladas, aunque sigue estando prohibido tomar imágenes en el interior del Mausoleo de Lenin, la "joya de la corona" del cementerio. Esta nueva política de las autoridades moscovitas va a permitir, entre otras cosas, que se fotografíen rincones de la necrópolis soviética que hasta ahora eran casi desconocidos para el gran público. 

En el caso de la tumba del norteamericano, el documento publicado en internet es una grabación amateur que en el minuto 1:26 muestra un primer plano de una lápida donde se lee con claridad el nombre "Джон Рид (1887-1920)". La lápida se encuentra a ras de suelo, junto al camino. Este vídeo fue colgado en youtube en el mes de julio de este año.


En un artículo publicado en este blog el 30 de enero de 2013, su autor situaba erróneamente el féretro de Reed muy cerca del Mausoleo de Lenin (punto rojo). Sin embargo, su lápida se encuentra más a la izquierda, en dirección hacia la Torre Nikolskaya. En el vídeo se observa que junto al camino por donde transitan los visitantes hay un parterre cubierto de césped con una serie de losas ornamentales en el centro. Siguiendo el orden mostrado en la grabación, en primer lugar se ve un monumento colocado en posición vertical que imita una bandera rindiendo honores. Después aparecen, consecutivamente y a cierta distancia, tres coronas de piedra, una gran losa rectangular con una inscripción y una cuarta corona idéntica a las anteriores. Es en este punto exacto donde fue colocado el ataúd de John Reed el día 25 de octubre de 1920 (la fecha del velatorio la da Howard Zinn en su artículo Para conocer a John Reed).



John Reed comparte lápida con Inessa Armand (1874-1920), la escritora parisina que fue amante de Lenin. También con el médico revolucionario Iván Vasilievich Rusakov (1877-1921) y con el policía Semen Matveyevich Pekalov (1890-1918)

No son personajes en absoluto anónimos. Armand es una figura mítica en el contexto de la Revolución de Octubre que ha aparecido en novelas e incluso en algunas películas rodadas en los años ochenta y noventa. Murió en Beslán en 1920 a consecuencia del cólera que contrajo durante un viaje al Caúcaso. Iván Rusakov era un pediatra que durante la Guerra Civil ejerció de médico en un hospital militar. Fue ejecutado en 1921 por un pelotón de contrarrevolucionarios del levantamiento de Kronstadt. A él se le dedicó el Club Obrero Rusakov, obra constructivista de Konstantín Mélnikov. Semen Pekalov murió en 1918 durante una emboscada llevada a cabo por falsos agentes de la Cheka disfrazados. Es venerado hoy en día como uno de los primeros miembros del cuerpo de seguridad en el Moscú soviético. En 2012 se inauguró en la comisaria del distrito de Zamoskvoreche una placa con relieve en la que aparecen él y su compañero Egor Petrovich Shvyrkov, caído en acto de servicio junto a Pekalov.



John Silas Reed falleció en Moscú el 19 de octubre de 1920 víctima del tifus (otras fuentes apuntan el 17 de octubre como fecha de su muerte). Su vida fue apasionante e irrepetible. Y su narración de la Revolución de 1917 es un testimonio que quedará grabado para siempre en la memoria colectiva, independientemente de las simpatías que pueda despertar este acontecimiento histórico. Sin embargo, a diferencia de los personajes que fueron enterrados junto a él, su figura es menos recordada de lo que se merece, tanto en Rusia como en los Estados Unidos. En internet no hay demasiados artículos que den cuenta de su vida y no resulta fácil encontrar ediciones recientes de su obra "Diez días que estremecieron al mundo", publicada en 1919. Para rematar este olvido, a todas luces intencionado, en la lápida del cementerio del Kremlin su nombre aparece escrito únicamente en ruso, lo cual ha provocado que la mayoría de extranjeros que visitan este lugar acaben pasando de largo de su tumba. Aunque existen otras producciones basadas en su vida, vale la pena destacar la película que Warren Beatty dirigió y protagonizó en 1981, la célebre "Reds". Beatty consiguió, en plena Guerra Fría, que el nombre de John Reed comenzase a ser conocido.


El cementerio del Kremlin, inaugurado en noviembre de 1917, ha dejado de ser el recinto sagrado de la era soviética cuya existencia se ha mantenido hasta nuestros días en una relativa opacidad informativa. Desgraciadamente, dentro de poco se convertirá en otra vulgar atracción turística de la ciudad de Moscú donde cientos de personas se fotografiarán sin entender siquiera el significado que tuvo en la historia de la URSS. Lo irónico del caso es que esta apertura, aunque le ha hecho perder su halo de misterio, nos ha permitido identificar el rincón donde reposan los restos de John Reed. Ahora, cuando visitemos este cementerio, podremos recordarlo durante unos minutos frente a su lápida.

Aspecto del cementerio del Kremlin en los años veinte. Según la página web 'English Russia' el monolito que aparece al fondo de la imagen se plantó en ese lugar en honor a John Reed
(Fuentes: Todo el mérito es de Vladiboctok, del foro casarusia. También de rusa y rojo. La imagen anterior es de http://englishrussia.com/)